domingo, 18 de enero de 2009

Segundo día.

El segundo día llegó después de ayer, y éso tiene que ser hoy. Amainó el frío, pero el hombre del tiempo dijo que vuelve la borrasca de las Azores. Adivinando el futuro a base de leerlo al día siguiente en el periódico se parece mucho a hacer trampas, y hoy en día, se mira mal no jugar limpio.

Me miras, me hablas, me sonríes, y todo lo que pensaba escribirte se pierde por entre las rendijas que dejamos abiertas al ordenar el desván. Se cuela también el frío que llegará mañana y que también llegó ayer: hoy está de resaca.

No me miras ni me hablas, no me sonríes, y todo lo que había imaginado que escribía lo olvidé encima del piano, o puede que se lo comiera el perro. Cerramos la puerta a cal y canto, la llave echada y el candado, pero aún así siguen apareciendo arrugas en el fondo de nuestras almas, y la plancha está empeñada.

Ya te dije ayer que qué más dará que sea el primer o el segundo día, pero hoy voy y te recuerdo el orden. Me contradigo a cada momento, o no, no lo sé, a veces no me entero de qué es lo que estoy diciendo, bastante tengo con pensar. Descartes era un tipo que sabía lo que se decía, y pensaba que existía. Yo existo sin pensarlo y tampoco me va tan mal.

Otro día cambiamos de canal, pero hoy estamos convencidos de que un segundo es para siempre, o que siempre es el mismo segundo, pero con distinto peinado. A cara descubierta peleamos por nuestros ideales. Y si perdemos la guerra, los cambiamos y compramos más en la tienda de la esquina. Pero tú y yo sigamos con nuestra acercanza.

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