martes, 20 de enero de 2009

Cuarto día

¿Qué hay de malo en quererte pausadamente? Amarte con la confianza que da lo conocido, dejarme llevar por lo esperado: dime qué hay de malo. La pasión sigue existiendo, pero terminó quedándose dormida detrás de los pañales, los purés y los berrinches del niño. Aunque, no te engañes: sólo creo en lo que tú me digas que crea, y aún así igual disimulo. Sólo de tu mano camino, sólo de tus ojos me cuelgo, de tu mirada me enamoro y todo éso. Son palabras que se las arreglan para parecer huecas, pero las apariencias engañan y a lo mejor no hay más verdad que ésta.

¿Hasta cuándo contar los días? No sé, pero espero que no mucho, que cuesta pensar en ordinal, uno que aquí se retrata, cuenta mejor en cardinal. De todas formas, desde que la peseta se jubiló por la via rápida, los números ya no son lo mismo. Terminaremos por hacernos, pues claro, que duele la cartera más que el corazón.

Se vislumbra un poco de luz, será que amanece, o que salimos del túnel. A lo mejor es que te dejaste encendida la luz del baño. Siempre me dejas una luz cuando llego tarde, y éso es lo más bonito que han hecho por mi, o éso creo ahora mismo, pregúntame pasado mañana.

Pasado mañana aún tiene nombre, pero a partir de ahí el futuro ya está tan lejano que parece otra cosa, como que ya no lo recordaremos. Antes de ayer, ayer, hoy, mañana y pasado mañana. En ese período hay que moverse, porque fuera de ésos días ya no hay nombres disponibles. Y que tontería si sólo existe el presente, y a lo sumo, con tres minutos de retraso.

Desertaremos de todo ésto en algún momento. Las palabras dejarán de pelearse entre si, y empezarán a quererse pausadamente... y no hay nada de malo.

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