Hablo del amor como el que sabe de qué va esta historia, pero a mi que me registren, soy tan ignorante como siempre, en ésto, como en cualquier otra cosa.
Hablo de los recuerdos como el que ha vivido al límite, en el filo de la navaja y a un paso del abismo, pero tampoco ha sido para tanto, y en el camino probablemente hayan quedado más amigos que enemigos, más risas que lágrimas.
Hablo del tiempo que se escapa como aquél al que ya apenas le queda vida para echar la cuenta, sacar la balanza, y poco más. Pero espero que de ese tiempo escurridizo aún me quede para empezar de nuevo unas cuantas veces, porque pienso equivocarme cada cinco o seis pasos que de tropiezos tengo llena la agenda.
Así que quizás no debiera hablar tanto, o quizás no debiera hablar como lo hago... o tal vez sí, quién sabe, si resulta que las respuestas no las tiene nadie, que ni siquiera sabemos las preguntas. Entre tanto, y a falta de ese algo que se ha empeñado en ocultarse, seguiré hablando del amor, de los recuerdos, del tiempo, de las preguntas, de las respuestas, de las palabras, de la búsqueda. Y lo haré de la única forma que sé, como si las agujas del reloj se hubieran declarado en huelga y este instante fuera tan eterno como cuando tu mano recorre mi espalda y crees (sabes que no) estoy dormido.
Por lo menos hoy, que mañana será otro día y a saber con qué me sorprendo, que me dejé la agenda en el pupitre y el futuro se ha quedado parado en una hoja del cuaderno. En la misma hoja donde pinté un corazón con tu nombre.