lunes, 26 de enero de 2009

Casi sin pensarlo

Casi sin pensarlo se me olvidaba acordarme.
Casi sin pensarlo me acordé que me olvidaba.

Voy deshaciendo el camino,
voy desandando mis pasos
y si ves que me tropiezo y caigo,
ríete, tonta, que para éso lo hago.

¿Ves lo que escribo cuando se me escapa la inspiración? Que es como decir las más veces. Las musas son extrañas a este tiempo de internet y tele por cable. Para encontrar una que valga la pena se tiene uno que recorrer todos los lupanares de esta orilla del Pecos, y aún así, las que aún quedan, ya tienen un contrato con Hollywood. Así que yo me lo guiso y me lo como, y escribo a golpe de tecla en esta soledad de la medianoche.

Las mejores soledades se pierden en silencios atropellados, pero mis sombras no tienen prisa, será que son de saldo. La noche se estrena al final de cada tarde cuando uno le gana la partida al largo día de trabajo, y vuelve a casa, cansado, o abatido, o las dos cosas, ¡que no son lo mismo!. Pero yo intento buscarle los tres pies al gato (y ya le llevo dos encontrados) alargando las horas para escribir estas palabras tan necias, hasta que entra la madrugada en mi salón, sin pedirme permiso. Mientras, tú duermes y me calientas la cama, y el niño espera hasta que me alcanza el sueño para despertarse y dormir con nosotros en ése nido nuestro de uno-cincuenta. Qué delicadeza.

Vuelvo a engañarme al bajar del autobús, es el último y lo dejo, y pienso que las peores soledades se encuentran en la algarabía del anonimato, entre la muchedumbre, pero siempre que esté muy bien rodeado de gente. En ese juego de contrarios se me pasan los años en cuestión de minutos.

No te preocupes si no me entiendes, chula, o es que no ves que dejé de tener sentido en cuanto me senté a tu lado. La razón, de cualquier forma, no pinta mucho en esta historia... y fijate que te lo digo casi sin pensarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario