sábado, 17 de enero de 2009

Primer día

Entre tú y yo apenas hay un delgado hilo de existencia invisible, y aún así es como si todo se hubiera detenido, petrificado hasta el aire, la sangre en las venas quieta, parada, en reposo. Hoy puede ser el primer día, o el quincuagésimo, que más da. Si tú apenas sientes mi acercanza.

No hay mayor sentido que aquel que nunca tuvo deseo de tener razón. Es un alivio y un consuelo, pero de nada sirve cuando se constata la catástrofe, y entre tú y yo (apenas aquel delgado hilo) se masca la tragedia, una corriente de aire frio, hasta mi móvil tirita, aunque dice que es un SMS.

Si nos miramos acaso nos detengan para dar paso a la publicidad, pero yo en tus ojos ni siento ni padezco, herido de muerte, o sano y salvo sobre el rio Hudson. No estuve allí, porque las tragedias me sobrepasan y no sé si sería un héroe o un villano. Me atormenta la idea de no saber estar a la altura, y éso que debía estar acostumbrado a meter la pata. El frio se diluye a golpe de calefacción y los besos se detienen también en los labios, o quizás, incluso, antes.

El primer día es mentira, es la primera noche, pero el título ya estaba escrito, y quién soy yo para contradecir a mi voz interior. Mi voz interior no tiene trampa ni cartón. Mi voz interior es tímida, cruel, atenta y servicial, amable, sencilla y pantagruélicamente complicada. Mi voz interior es alquilada y la tengo que devolver mañana a primera hora. Mi voz interior no funciona.

Siete es un número que da suerte, y el número de días de la semana. Mi semana comienza el martes, por ver si así soporto los lunes, pero ni por ésas. Siete también eran los magníficos de la película y los samurais de la otra pelicula. Los enanitos de Blancanieves también son siete. Y a mí me gusta el cinco, pero no lo puedo decir por la rima.

Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, dice la Biblia que dijo Jesús de Nazaret. Hoy se pasearía en camiseta y vaqueros, y haría tiritar a mi móvil con la primera de las bienaventuranzas. Que también eran siete. Siete los pecados capitales. Y un siete en un vestido no es lo mismo.

Yo no tiraría la primera piedra. Pero quien sabe si no la segunda.

La noche cayó ya hace un rato, y nadie le ayudó a levantarse, y tú sigues sentada a mi lado con tu libro en las manos y la tele apagada. Queríamos acostarnos temprano y ya ves, aquí seguimos.

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